2018 MARRUECOS DESCONOCIDO

por Manuel Santaella Santaella 30/04/2018

Fotos y Crónica: Carolina Higueras.

Día 1: Tanger a Meknes (283 Kms)

Anoche tomamos el Ferry hasta Tánger. Un mar helado como el acero golpeaba las oxidadas paredes de un barco demasiado gastado. Cada envite de las olas me iba trayendo a la memoria esa amalgama de almas ahogadas en nuestras aguas... tan cerca del futuro como de su propia muerte. Me hiere recordarlo, cierro los ojos fuerte y miro a mi alrededor... veo personas cansadas y diferentes, de distintas razas y religiones que comparten mesa y sonríen a pesar de que no nos entendemos más allá de las miradas cómplices y hermanas. Nos aguarda un amanecer templado donde la línea del horizonte se llena de algas. Taka empieza a calentar rueda en maltrechas carreteras perdidas y solas... como siempre... las montañas escurren el agua de las lluvias pasadas y alimentan los ríos que arrastran bravíos inmensas marañas de troncos inertes. Los campos lucen un verde cegador y las buenas gentes se echan a los prados, libres y abiertos, con su ganado aprovechando que la tempestad les ha dado una tregua. Llegamos a Meknes, también llamada Mequinez, una ciudad Imperial de Marruecos que toma su nombre de la tribu bereber que la fundó con el nombre de Meknassi. Su imponente puerta Bab Mansour, de proporciones majestuosas, está considerada como una de las más bellas del mundo. Esta puerta servía para unir la plaza El Hedim y la medina de Meknes con la plaza Lalla Auda en la fortaleza Dar el Kbir. Pasear por la plaza entre carrozas de cuento, espectáculos improvisados, avestruces, monos vestidos de colegiales o presuntuosos cabellos árabes es más que recomendable... como recomendable es caminar perdidos entre el laberinto de callejuelas y puestecillos humildes que exhuman un olor a especies y dulces de miel... nos queda tanto por ver...

Día 2: Meknes a Beni Mellal (262 Kms)

Hoy ha amanecido un día de agua sin fin, los cielos ahumados vertían océanos de agua dulce sobre nuestras cabezas y las montañas parecían esponjas henchidas que evacuaban ríos infinitos, ladera abajo, hasta buscar los rebosados aliviaderos que cubren de lodo y espejos el maltrecho asfalto... la carretera se estrechaba perdiendo arcenes y centímetros conforme nos adentramos en la belleza de unos prados tan húmedos como bellos... huele intensamente a tierra mojada, huele tanto que puedo saborear la arcilla roja que impregna las botas. La moto se desliza entre el barro resbaloso serpenteando caminos inútiles, intenta seguir la trazada una y otra vez pero la tormenta la pierde entre bancos de agua, piedras y lodo. Los campos son de un insultante verde salpicados de florecillas moradas y amarillas, huele a limpio. Empezamos a cruzar pueblitos solos y abandonados de veredas imposibles donde los niños juegan al fútbol en campos abiertos con chanclas de agua... las totovías sacuden las plumas en las pinchudas acacias o sobre los brezales gastados mientras los machos rebuscan semillas en el suelo. Miro ese cielo apretado y oscuro como hollín de chimenea y digo ¡basta! Para yaaaaa... en el horizonte la tormenta clarea sobre los campos de trigos y se atasca en el gigante Atlas... me imponen esas tremendas montañas que deciden quién vive y a quien sacuden de sus paredes escarpadas... vamos devorando kilómetros lentamente, por fin un rayo de sol emerge entre las nubes amargas y acaricia la tarde despejando un cielo azul añil. La gente empieza a pasear las carreteras y la soledad del campo, en el que las abubillas juegan al escondite, se torna en bulliciosos espacios de risas adolescentes tras los pañuelos coloridos que tapan la inocencia del primer beso... El sol se despereza y cubre de vida la luz. Llegamos a la ciudad de origen beréber, Beni Mellal, en la meseta de Talda, a las faldas del Atlas Medio y a los pies del monte Tassemit. Beni Mellal nos acoge en su seno y nos brinda descansar tras ocho horas de agua, viento y barro... esa es la aventura, nuestra aventura... mañana más...

Día 3: Beni Mellal a Marrakech (250 Kms)

Amanecemos con un pronóstico esperanzador, las nubes se encaminaban hacia el Alto Atlas despejando un cielo beréber que predomina hasta el atardecer. Ascendemos al castillo de Borj de Ras el Ai por una estrecha carretera de arcenes mordidos y laderas inquietantes que bostezan piedras de gran tamaño. Por fin se descubre la columna vertebral del Atlas mostrando con fuerza sus cumbres nevadas, el aire bravío trae aromas de azahar y miel y lentamente, como si jugáramos a las damas, van cayendo uno a uno pueblitos de adobe y azafrán. Ni resto de la tormenta pasada, la gente sale a solearse y los jóvenes quintos danzan alrededor de una lumbre trasnochada mientras sus panderetas resuenan huecas y cansadas. Llegamos a Marrakech y el gentío se apodera de las callejuelas, los coches pitan incesantemente y cientos de motos diminutas se enredan por las calles. Un enjambre de turistas se desploma como un sol de justicia invadiendo cada esquina... siempre me deja perpleja la habilidad con la que los marroquíes te sitúan en tu país de origen sin haber dicho palabra... ¿española de dónde eres? De Granada... y responden... Ohhhh somos hermanos! y se van... y desaparecen en un laberinto de calles trucadas tematizadas por oficios: las pieles decoran las paredes de bolsos y babuchas de colores imposibles que desprenden un olor intenso y peculiar, los herreros que crean a golpe de martillo y fuego grandes cerrojos labrados y lámparas de sol... el barro untuoso que toma forma en las manos de madera reseca de jóvenes viejos con miradas vacías... me llama la atención la zona de confección decorada por vestidos de novia primorosamente bordados con hilos de oro y sedas color pastel que reposan en maniquíes de redondeadas formas y bustos prominentes... me genera ternura el abuelo que hace ricos zumos de naranjas sanguinas en el momento o el repostero que ofrece exquisitos dulces de almendra, pistachos y miel recién sacados de horno... Nos perdemos en ese laberinto de sentidos esquivando carros y tentaciones, el aire se espesa y empieza a atardecer... los colores melosos del cielo recortan la figura vigía de la Koutoubia... la noche cae de golpe y la plaza Jemaa El Fna se crece entre decenas de puestos de manjares variados que abren o cierran el apetito al pasar: “le apetece unos caracoles picantes?... una lengua de vaca ternica o unos sesos de cordero? unos calamares fritos y unas platijas? Siéntese, mi puesto es el mejor... todo fresco y más barato que en Carrefour”... los muchachos sonríen con esas risas francas y te dicen... si no puedes hoy. venir mañana... mañana queda tanto camino por andar...

Día 4: Marrakech a Tiznit (406 Kms)

Desayunar antes de partir en la plaza Jemma ElFna en la soledad de la muchedumbre ausente es una delicia que hay que saborear con calma precisa hasta que, poco a poco, la vida vuelve a la normalidad y el bullicio empieza a conquistar los recovecos de las trastiendas abarrotadas de recuerdos llevaderos. No pensaba comprar nada, solo pasear aturdida entre amables sonrisas y regateos ficticios en los que siempre perdemos un poquito la vergüenza... y los vi, allí estaban, arrumbados en el suelo entre un montón de pequeñas figuras de hierro forjado en el tiempo... sentí la necesidad de poseerlos, mi avaro tesoro... hace un año me enamoré de esas pequeñas piezas de anticuario en una humilde casa de Ouarzazate... absolutamente primitivas y poco agraciadas pero tan sumamente delicadas en sus formas ancestrales que no me pude resistir. Guardadas en la maleta pude partir de Marrakech con el corazón henchido y sin rencor... La Taca empieza a devorar kilómetros sin despeinarse, los campos bordean la falda del Atlas recortado en un cielo de un azul casi irreal. Las montañas se tornan violentamente rojizas... tan hermosas como heridas por el agua paciente de las tormentas que labra caminos de vida en su piel lavando la tierra arcillosa entre cascadas de sangre y la dura roca... Recorremos pueblos pequeños, a veces dormidos en la desidia del tiempo... pero la buena gente se siembra en cada rincón de este país que empieza a despertar. Nos topamos con un tradicional mercado de ganado y venta de paja que nos retrotrae setenta años en España... Es curioso pero las mujeres no están, ellas van y vienen como fantasmas inexistentes deambulando de puntillas por un mundo que no les pertenece pero al que sostienen... cruzamos campos salpicados de árboles de árgan acosados por las cabras trepadoras que rumian sus almendrados frutos aceitosos bajo la atenta mirada del pastor... Llega el desierto pedregoso y un aire caliente del sur nos agita con fuerza en el camino para llevarnos al mar de Aglou, Tinzit... grandes olas depredadoras se rompen en la arena solitaria cubriéndola de espuma y algas. El sol, atenuado por la bruma, descansa... se cubre de sueños ocres y yo apago la mirada... hasta mañana...

Día 5: Tinzit a Tissint (352 Kms)

Amanece una bruma con tintes de arena fina, el mercado recoge a toda prisa la mercancía y extiende plásticos templados al sol... la gente desaparece de la calle y se refugia al amor reposado del hogar... empiezo a notar calor... nuestra brújula pone rumbo al desierto. Nos adentramos en Tafraoute, un bello pueblo beréber encajado entre grandes moles de rocas graníticas, inquietantes y rosadas, de formas caprichosas que amenazan con rodar sobre nuestras cabezas. Las mujeres visten de negro riguroso desposeyéndolas de todo rasgo personal, al pasar a su lado te dan la espalda y bajan la mirada... me genera bastante desesperanza pensar que viven de espaldas a la vida mientras los hombres y ancianos se recrean la vista con interminables conversaciones en las incontables terrazas tomando café de pucherete. Estamos en zona beréber o tamazigh, nos acercamos a Agrd Odad que significa puño y dedo Gordo, una curiosa formación rocosa que protege del sol y del viento a un frágil caserío de adobe y paja... Seguimos rodando por tierra de nómadas, no es un desierto de arena sino de rocas negras y rojas fragmentadas por la escarcha. Me sobrecogen las inmensas montañas que se retuercen jugando a ser olas de piedra, colinas enraizadas que surcan con sigilo ese desierto dormido y caliente como un dragón vigilante. En la línea del horizonte se vislumbra un enorme rebaño de camellos que aparecen de la nada como sombras errantes. Detenemos la Taca y esperamos, con paciencia, que se acerquen... el corazón me late fuerte, estamos en medio de la nada, el silencio juega a silbar con el viento... puedo escuchar el trote ligero de sus pezuñas tamborilear la roca dura. Arrancamos el camino entre cordilleras de piedra roja, oasis perfectos con su riachuelo, sus ovejas y su palmeral... todo está en sintonía, sólo cabe respirar tanta belleza, tanta paz en la inmensidad de lo desconocido. Rodamos inmersos en nuestros pensamientos... no hace falta hablar, tan sólo absorber cada segundo de esos parajes yermos, de esos pedregales cultivados por el agua y el sol, ese sol que va cayendo despacio y abierto hasta llevarnos a nuestro destino, Tissint, se van encendiendo las estrellas y reposando los sueños... mañana más...

Día 6: Tissint a Alnif (353 Kms)

Seguimos rodando por esta zona olvidada de ese turismo atroz que caricaturiza a los pueblos vendiendo su identidad al mejor postor. Existe un Marruecos al sur de Marrakech, un rincón de tonos ocres que extiende su alma de dragón cansado sin límites. Atravesamos mares de piedra, inmensas cuencas de ríos vacíos que arrastraron, no hace mucho, el corazón partido de esas montañas guerreras... Los páramos gastados por el viento se salpican de acacias mortecinas que apenas pueden sujetar sus raíces en esa tierra maldita que es vida para quien nada tiene... Vivir sin nada, levantarse con la sonrisa fresca para tragarse el día a bocanadas de sal y arena, acostarse cenando sueños enquistados y agazaparse bajo las estrellas en la fría y ácida noche del desierto... Caminar para sentirse vivos, sin sombras que te guarden bajo ese sol de injusticia, espacioso y amplio. Me quema el sudor de su frente, los ojos profundos y resecos de los ancianos, la sabiduría de un pueblo de hombres libres, los orgullosos amazhig, y esas mujeres de manos curtidas y piel transparente... me chirrían los cimientos de lo que siento... pero bien... Me sorprende la gran cantidad de niños y jóvenes por doquier a pesar de ser pueblos pequeños de pocas calles cuyas casas de adobe y bloques pintados de color tierra para no desentonar con el paisaje agreste, se reparten alrededor de la mezquita escoltada por un imponente minarete preparado para la llamada a la oración. Devoramos kilómetros de pistas y carreteras en solitario, no vamos por rutas conocidas. Nos detenemos varias veces para escuchar el silencio, para insuflar calma en los pulmones, tan solo respirar... Un beréber que cuidaba sus camellos al pie de la carretera nos sentenció: vosotros tenéis reloj pero yo tengo el tiempo... Los colegios se edifican alejados de las aldeas como puntos de encuentro, sus muros se encalan con atractivos colores y el patio de juegos es la propia calle. Algunos niños afortunados, los menos, llegan en bicicleta... el resto a pie, recorriendo un trayecto de varios kilómetros hasta sus casas que les permite formar grupos de risas y confesiones... Pasamos por Agdz, un cruce de caminos como punto de encuentro de las caravanas de mercaderes más influyentes de África que unían Marrakech con Timbuktu. Visitando se escueto mercado y me llama la atención un anciano vestido con ropajes llamativos que vende plantas, alas de halcón y lagartos secos; es medicina... me dice, y simplemente le sonrío. Agdz tiene uno de los palmerales más grandes del país en El Valle del Draa al pie de las colosales montañas, serpenteando el curso del escaso río que dan frescura y aromatizan el aire de un olor meloso y sutil. Sus dátiles son dulces como la miel, de una textura suave y untuosa que me obliga a degustarlos. Continuamos la ruta hasta Alnif, un oasis de la provincia de Errachidia, situado en las faldas de los montes del Jabel. Los puestos de venta de fósiles salpican la carretera estéril y rápida. Esta es una tierra con pasado, es la zona con mayor concentración de yacimientos de fósiles destacando los trilobites de la era paleozoica con más de quinientos millones de años de un tesoro bajo la roca de cuando el mar reinaba en estos terrenos ahora ralos y mermados... cae la tarde por sorpresa y llegamos... Serena la noche, la mañana pronto llega...

Día 7: Alnif a Errachidia (305 Kms)

Hoy hemos disfrutado de una ruta de incalculable belleza natural, las dos grandes gargantas olvidadas de Gheris e Imiter. Un espectáculo sobrecogedor que nos ha provocado una introspección personal en un mundo de emociones visuales tremendas. Partimos desde Alnif hasta Tinerhir, llegamos a las gargantas del Todra donde contemplamos con tristeza un atasco monumental y agobiante de autobuses, todoterrenos y un sin fin de turistas ocupando cada centímetro del río y la calzada... un par de fotos y huimos como alma que lleva el diablo en dirección a la aldea beréber de Tamtatoucht, un remanso de paz rodeado de verdes campos de cultivo y almendros en flor. El río Gheris que bendice con sus aguas, junto con el río Ziz, la región del Tafilalet, ha excavado dos profundas gargantas hasta morir en el sur: la garganta del Gheris y la garganta de Imiter. El río fluye ralo entre inmensos cañones de paredes verticales de caliza rojiza cuya altura supera los doscientos metros y que hemos podido contemplar en solitario. Es una zona poco transitada, lo que nos ha permitido disfrutar de cada curva, de cada recoveco, rodando entre una amalgama de paisajes conformados por roquedos desnudos, palmerales intensos entre campos de cultivos cuyo frescor nos llegaba a pie de carretera, estepas desérticas de tonos miel y unos pequeños pueblos incrustados en las paredes verticales del cañón, desafiando las leyes de la gravedad. La anchura de la garganta puede superar los ochenta metros y refleja la acción erosiva del agua durante sus temibles crecidas, sobre todo, en las curvas amplias y afiladas que el río ha esculpido en la roca prieta durante miles de años. A lo largo del cauce embaucador, que tuvimos que cruzar hasta en cuatro ocasiones, nos topamos con enormes bloques de piedra arrastrados como cañas por la fuerza bravía del Gheris. El Valle se abre a la luz en Amellago pero a pocos kilómetros avistamos de nuevo, otros enormes farallones rocosos que nos aprietan en la siguiente garganta, la de Imiter. Me llama la atención sus aldeas encaramadas como nidos de buitres en el ausente espacio posible que las murallas rocosas les permiten, aprovechando los resquicios naturales de la piedra abierta. Seguimos rodando con ansia y poco antes de llegar a Ait Hani vemos como en los estratos horizontales de algunas montañas se han formado Cuevas, ahora moradas en las que se han instalado familias nómadas junto a sus rebaños de cabras. Finalizamos la garganta de Imiter con una magnífica postal que se queda prendida en mi memoria cuando el río acuarela una hermosa balsa de aguas turquesas... y siempre hay un bullicio de niños que juegan, de mujeres bregando en el río o en la tierra... de ancianos que recuerdan y de jóvenes que construyen con sus manos otra tierra... nos imbuimos de nuevo en el desierto sordo repleto de máquinas gigantes que excavan y agujerean con fuerza, no sé muy bien qué, perfilando el horizonte aburrido con sus formas colosales y llegamos a Errachidia, tierra militar que atesora un mercado popular fascinante... ya empiezo a soñar con mañana...

Día 8: Errachidia a Ifrane (276 Kms)

Nos levantamos con ganas de visitar el mercado de local abastos antes de partir. Un lugar donde los sentidos se potencian, se respira una fusión de aromas singulares creando un perfume único de especias, jengibre y “yerbabuena”. Las mujeres rebuscan las verduras más frescas ataviadas con ropajes llamativos y me van dando empujones entre miradas preñadas de desconfianza... mi interés se centra en las cajas de picantes que hermosean los mostradores saturados de cotidianidad... compramos unos plátanos diminutos de intenso sabor y salimos dirección a Midelt. Los farallones montañosos nos respaldan entre extensos valles yertos y palmerales de vida que acompañan al río en su largo caminar hasta morir. Las aldeas de adobe con sus Kasbas habitadas predominan un paisaje árido como el veneno. Es difícil ocupar su lugar y su pensamiento para entender cómo pueden vivir allí, tan lejos de todo... y se me viene a la cabeza loas miles de personas que mueren ahogadas en el Estrecho... tan cerca... Seguimos rodando por sinuosas carreteras que culebrean el curso enervado del río y aparecen de nuevo esas casas de planta cuadrada, solitarias y hechas de adobe y plástico, esas “jaimas” plantadas en la nada donde los niños corretean felices a las cabras mientras un delicioso olor con sabor a pan recién hecho escapa de la tienda pertrechada... Llegamos a Midelt, dominada por una gran rotonda decorada por una inmensa manzana que nunca podrá ser mordida... empiezan a ventear los humos que cocinarán sabrosas brochetas de vaca o cabra, exquisitos y variados tajines y el Kafta... me encanta... nuestro estómago empieza a protestar pero sólo son las una así que nos entretenemos visitando los puestos de meteoritos, fósiles y minerales... podemos encontrar magníficos ejemplares de trilobites y anmonites, de estrellas de mar del desierto, cuarzos y meteoritos del espacio... eso sí, hay que conocerlos muy bien para no llevarnos una excelente réplica en piedra tallada que como regalo son un tesoro. Nos subimos a la Taca y ponemos rumbo a Azrou o Azrú qué significa roca. Un viento helado nos zarandea con rabia, la temperatura cae a los tres grados y el frío nos cala hasta el hueso. Es hora de parar y tomarnos un té a la menta bien calentito y unas brochetas de vaca en los “humos”. La región de Azrou fue una de las primeras áreas del Magreb habitadas por seres humanos pero lo más conocido no es la ciudad sino sus impresionantes bosques de cedros altivos y los macacos que trepan por ellos, solicitando cacahuetes a los divertidos turistas que disfrutan viendo cómo los cogen de sus manos. El habitante más famoso de estos bosques fue Gouraud, un magnífico ejemplar de cedro milenario que murió hace pocos años por una plaga de procesionarias... ahora queda su tronco yerto como símbolo y recuerdo a ese espíritu libre del bosque... El frío nos apremia y partimos camino del cercano pueblo de Ifrane, la Suiza Marroquí situada a 1.630 metros sobre el nivel del mar. Ifrane fue fundada por los franceses a principio del siglo pasado en los años 20, pensando que fuera una residencia de vacaciones y diseñando las casas con tejados abuhardillados y amplios jardines... lo que nos hace sentir la extraña sensación de que hemos salido de Marruecos... sino fuera por ese regio "León del Atlas", esculpido en roca viva por un prisionero y la riquísima “pastela moruna de carne de pichón” que ponen en un restaurante local que nos recuerda que aún no nos hemos ido. Cae la noche y las estrellas se asoman por millones en un cielo gélido y transparente... se apagan las luces y se encienden los sueños lentamente... hasta mañana.

Día 9: Ifrane a Castillejos (257 Kms)

Despierto con la sensación del retorno a casa, la mañana nos sirve un frío acerado que nos obliga a acorazarnos, con un café del “Chamonix” el cuerpo responde mejor. Cabalgamos en la Taca por los bosques de cuento de Ifrane, ese pueblo creado para gente adinerada donde sus lujosas casas son abuhardilladas (me resultan ridículas) y las casas de la gente trabajadora están recubiertas de plástico, no tienen aceras ni jardines y las calles son de tierra roja y lodo... Los bosques naufragan entre cataratas y lagunas desbordadas, la tormenta de la noche ha traído el maná a una zona que no lo necesita. Bajamos por la carretera sinuosa entre pastos extremadamente verde y casas extremadamente pobres con sus niños felices en la puerta jugando a la lima en la tierra. Nos enfundamos entre grandes montañas que protegen sus pueblos de los fieros vientos del norte y de los numerosos ríos crecidos que arrasan con los puentes... paramos para almorzar en una taberna local, la gente nos mira con curiosidad como una aparición de la nada... pedimos vaca, patatas fritas y Kafta... los locales murmuran a nuestro alrededor a sabiendas de que no les entendemos, todo esta bien... nos ponen el almuerzo sin cubiertos, es la primera vez que nos pasa, miro alrededor y como es habitual, la gente come con la mano derecha. Abro mi riñonera y saco un pequeño tenedor de plástico... me miran y sonríen asintiendo... no pasa nada. Entra un padre y una hija españoles y nos preguntan que si Taca es nuestra moto y cómo son las carreteras de Marruecos. Nos explican sin preguntarles, que el año que viene quieren venir en moto pero que han visto que las carreteras están llenos de baches y agujeros, que son malas y solitarias... y no lo tienen muy claro. Los animamos a la aventura y se van poco convencidos... miramos el coche y es un fantástico Jaguar... se nos queda cara de seta, no por el coche sino por la tontería de conversación previa... cosas que pasan. Llegamos a Chefchaouen, el pueblo que quiso ser mar y acuareló cada rincón, cada puerta, cada maceta y escalera de un encalado añil... mi color. El resultado son pequeñas obras de arte dignas de pertenecer a cualquier museo de pintura... El añil es un color que me atrae desde niña cuando mi abuela encalaba la fachada de la puerta con una pizca de “azulete” para hermosear el blanco. Recuerdo el ruido denso de la brocha gorda al pintar con la cal tan espesa como natillas de huevo... qué recuerdos aquellos... Chefchaouen es un pueblo de cuestas interminables y escaleras hacia el infinito abandonado al turismo que reclama más... me encanta recorrer sus rincones de cielo frío y mar en calma, sus tienditas de jabones olorosos, aceites de argán y agua de rosas... hoy no había mucha gente, quizás la amenaza de lluvia a hecho desistir al turismo poco intrépido y eso nos ha permitido disfrutar de instantes azules solo en semisoledad... mañana llegaremos a casa. Millones de Gracias por acompañarme, os he sentido viajando a mi lado, a seguir sumando sueños siempre

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Países Marruecos